El camino al feminismo es uno muy personal. Puede ser que ni siquiera lo llames “feminismo”, sino “igualdad de género” o “una mejor sociedad”. Cual sea el nombre, tu propio recorrido debe tener altos y bajos, con momentos de orgullo y felicidad, y otros de dolor y decepción. ¿Hubo alguna situación específica que te hizo comenzar a cuestionar?, ¿Algo que te llevó a buscar nuevas explicaciones para darle sentido a lo que estabas viendo o viviendo? Si puedes, me encantaría conocer cómo ha sido tu proceso. Por mientras, te comparto que mi propio camino comenzó hace casi veinte años, el día que llamaron a mi familia a una reunión con la Directora de mi colegio para informarles de su intención de expulsarme debido a mi “desviación sexual” (sus palabras textuales).
Cuando yo cursaba la enseñanza media, decidí cortarme el pelo bien cortito. Algunas personas comentaron que me “veía como hombre”, pero yo estaba feliz de no tener que peinarme todos los días. A diferencia de mis compañeras, no me depilaba las piernas (¡la picazón!), me rehusaba a usar la falda del uniforme del colegio (demasiado acoso) y nadie, hasta ese momento, me había escuchado hablar sobre los niños que me gustaban (soy más reservada). Supongo que mis profesoras observaron estas características y, al combinarlas con los estereotipos y las normas de género, llegaron a la conclusión de que yo era lesbiana.
La Directora le explicó a mi familia que, a su parecer, mi “desviación” había comenzado a generar problemas en mi curso. Nunca explicaron cuáles eran esos problemas ni qué relación tenían con mi supuesta orientación sexual pero, por mi bienestar, ella consideraba que yo sería más feliz en otro colegio. No es que me estuviesen expulsando; más bien, le sugerían encarecidamente a mi familia que consideraran reubicarme en otro centro educacional. El colegio era laico así que tampoco dieron una explicación asociada a alguna religión.
Durante todo el tiempo que la Directora habló, mi familia estuvo en completo silencio. Yo estaba sentada mirando el piso temblando de furia, pena y susto, expectante a qué iba a pasar. Con mi familia nunca habíamos conversado sobre este tipo de cosas y, honestamente, no sabía cómo iban a reaccionar. Cuando la Directora terminó de hablar, mi papá se inclinó hacia adelante y dijo con firmeza: “¿De qué me está hablando?”. Respiré aliviada y sonreí al saber que mi familia me apoyaría, pasara lo que pasara.
Ese día, me comencé a hacer un sinfín de preguntas: ¿Por qué nos asusta tanto la diferencia y la diversidad?, ¿Qué hace que las personas discriminen?, ¿Qué explica la necesidad de obligar a las personas a que se comporten y sean de cierta forma? Puedo decir con certeza que estas preguntas que surgieron a partir de la profunda homofobia de mis profesoras han guiado mi carrera y vida personal durante los últimos veinte años.
En la Universidad, escribí mi tesis sobre la estigmatización de jóvenes y la violencia estatal en Guatemala, un tema que me permitió ahondar en las bases y consecuencias de la discriminación. Después de graduarme, trabajé varios años en temas relacionados con los derechos de personas LGBT+, lo que me permitió aprender sobre sexualidad, identidad y la importancia del apoyo familiar. Hasta que, finalmente, esta búsqueda me llevó al feminismo, en el cual, junto con la teoría de género y la teoría queer, encontré algo que me hizo sentido para entender lo que me había pasado en el colegio.
Aprendí que, en durante los últimos cientos de años, se han establecido estructuras sociales que dictan cómo deben comportarse hombres y mujeres, y qué roles cumple cada uno en la sociedad. Por ejemplo, esta nos dice fuertemente que las mujeres tienen pelo largo y son dulces; mientras los hombres tienen el pelo corto y son rudos -y el que pensemos que solo existen hombres y mujeres, es otra de esas reglas-. Este sistema se sostiene de variadas maneras, una de las cuales consiste en obligarnos mutuamente a acatar las reglas. Todas las personas, incluyendo mis profesoras, hemos crecido formadas por esas estructuras. Así que, no debió haber sido ninguna sorpresa que, por algún motivo, mis profesoras se hayan asignado a ellas mismas la responsabilidad de “corregirme” para que acatara lo que las reglan dicen sobre cómo debe verse y comportarse una mujer. Eso es violencia de género, eso es homofobia, eso es discriminación.
Pero no funcionó, porque el día que mi familia se reunió con la Directora, nos fuimos directo a la Seremi de Educación, donde descubrimos que por un resquicio legal, el colegio debía permitirme completar mis estudios. Así que terminé el año y logré graduarme. No voy a negar que esos meses no fui la mejor estudiante, ni tampoco que el último día de clases quemé, literalmente, todas mis cosas del colegio en el patio de la casa. Pero habíamos logrado precisamente lo que mis profesoras no querían: que una alumna mujer, con pelo corto, piernas peludas y sin pololo, obtuviera un diploma con el logo de su colegio.
Lo curioso de toda esta experiencia, es que nunca nadie me preguntó a mí si yo era, efectivamente, lesbiana. Mi familia no me preguntó porque no le importaba. Yo era su hija y punto. De hecho, nunca me lo han preguntado. Pero mis profesoras, a quienes si les importaba, tampoco me lo preguntaron. Si lo hubiesen hecho, tal vez les habría respondido que no, que no soy lesbiana: soy heterosexual. Y es precisamente ese hecho, lo que más me marcó. El saber que yo era heterosexual, el sentirme segura en mi identidad, y acogida por mi familia, fueron los factores protectores más importantes. Pero… ¿qué hay de las personas que no tienen ese apoyo?, ¿qué hay de mis compañeros o compañeras que se estaban cuestionando su sexualidad?, ¿qué pasa con aquellxs estudiantes lesbianas, gay, bisexuales o trans a quienes la expulsión hubiese significado un ataque directo a quienes son y a quienes aman? Nadie a ninguna edad debiese ser acusada de “desviación sexual”. Nadie.
Si me permiten un momento de optimismo tóxico, podría decir que agradezco la conducta de mis profesoras. Ellas marcaron mi vida. Tal como la luz cambia de rumbo cuando toca el agua, ellas cambiaron mi rumbo para siempre. El hecho de que este año vaya a publicar mi primer libro sobre violencia de género, es producto directo de lo que me ocurrió en ese colegio. El libro aborda, precisamente, las preguntas que surgieron a raíz de esa experiencia con el fin de contribuir, de alguna pequeña manera, a generar el cambio necesario para que todas las personas podamos vivir libres de todo tipo de violencia. Y, cuando el libro salga publicado, vayan a la página de la dedicatoria. Quizás allí encuentren algo que les recuerde a mis cuadernos humeando el último día de clases.
Me encantaría conocer tu camino hacia el feminismo y la igualdad de género. ¿Qué te hizo decidir aprender más e involucrarte? Puedes compartir en los comentarios del blog o a través de Instagram.
En la próxima entrada del blog, les voy a compartir una nueva recomendación de una autora que ha buscado acercar el feminismo a más personas, de una manera amigable y accesible.
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